En el poblado de Shadowbrook vivió un joven que nunca será olvidado por sus habitantes, no por sus logros académicos ni por alguna hazaña deportiva. Todo lo contrario: el protagonista de la historia de hoy fue el causante de las muertes de algunos vecinos. Hoy les hablaremos de Ezequiel Corvus, o como fue conocido después: The Red Silence.
The Red Silence
En el poblado de Shadowbrook nació un niño que trajo alegría a la casa de la familia Corvus. El señor Corvus, un hombre muy respetado por sus vecinos, era dueño de la carnicería local. La señora Corvus, al igual que su esposo, era querida y admirada por todos, en parte por su gran talento con el piano, cuyas melodías llenaban de música su hogar.
La familia Corvus siempre fue puntual en la iglesia, atenta a los necesitados y solidaria con vecinos y amigos. Eran prósperos, aunque no ricos; vivían cómodamente gracias a la carnicería que fundó su tatarabuelo cuando llegó a Shadowbrook. Desde entonces, ese ha sido el negocio familiar. No todos los Corvus permanecían en el pueblo, algunos migraron a otras ciudades, pero siempre había un Corvus en Shadowbrook, o al menos eso decía el difunto abuelo de Ezequiel.
El nacimiento de Ezequiel fue todo un acontecimiento para el pueblo, sobre todo por el cariño que se le tenía a su familia. El día que nació, todo el clan Corvus se presentó en el hospital para conocer al nuevo integrante. Fue un bebé normal, pero con una particularidad: no lloraba por las noches, ni por hambre ni por tener el pañal sucio. Sus padres decían que era tan bueno que no quería molestar a mamá y papá.
Conforme crecía, el pequeño Ezequiel enorgullecía a sus padres con su buen comportamiento en la iglesia y la escuela, y con sus buenas calificaciones. Para los señores Corvus era común escuchar comentarios como: "Ezequiel es un ejemplo a seguir", "es todo un caballero", entre muchos otros halagos.
Sin embargo, su comportamiento era muy diferente al de los demás niños. No le gustaba jugar en la calle, ni hacer deporte, ni participar en actividades típicas de su edad. Desde que aprendió a leer, devoraba libros como un desquiciado, recordando casi todo a la perfección. También le gustaba pasar las tardes escuchando a su madre tocar el piano, aunque nunca mostró interés por aprender a tocarlo.
Entre sus lecturas favoritas estaban los libros de anatomía humana. Saber cómo funcionaba el cuerpo siempre atrajo su interés. A los doce años, Ezequiel asistió con sus padres al funeral del hermano mayor de su padre. Al ver un cadáver por primera vez, su curiosidad alcanzó un nuevo nivel. Después del funeral, llenó a sus padres de preguntas sobre la muerte, pero las respuestas no calmaron su inquietud.
Un día, en una visita a la finca ganadera de uno de sus tíos paternos, Ezequiel vivió una experiencia que marcó su vida. Uno de los caballos de su tío estaba viejo y enfermo, y debía ser sacrificado. Presenció el momento en que su tío le disparó al animal para acabar con su sufrimiento. Eso despertó más preguntas en Ezequiel.
—¿Por qué lo mataste? —preguntó.
—Porque sufría, y lo más humano era acabar con su dolor —respondió su tío.
—¿Entonces, si una criatura sufre y no hay forma de ayudarla, lo humano es terminar con su sufrimiento?
—Sí. Eso es humanidad —afirmó el tío.
Desde ese día, la percepción de Ezequiel sobre la vida cambió para siempre.
A los dieciocho años, Ezequiel seguía siendo una persona ejemplar para sus padres y los habitantes de Shadowbrook . Siguiendo el ejemplo de sus padres, se ofreció como tutor de un niño llamado David Lanela, quien tenía una condición especial que dificultaba su aprendizaje. Su abuela, la señora Lanela, decía que era un alma inocente, incapaz de comprender la maldad del mundo. Que Ezequiel se ofreciera voluntariamente a ayudarlo la llenó de alegría: David nunca había tenido un amigo... hasta ese momento.
Una tarde, alrededor de las tres y veinte, David jugaba en un estanque cercano a su casa y siempre bajo la vigilancia de su abuela. En ese momento, una llamada telefónica hizo que la señora Lanela se levantara y, antes de entrar, le pidió a David que no se acercara al estanque.
Ezequiel, que había estado esperando ese momento, se acercó. David, al verlo, corrió a abrazarlo. Ezequiel le sugirió ir a ver el estanque más de cerca. David, inocente como siempre, lo siguió. Ya en la orilla, Ezequiel le dijo que se quitara los zapatos para mojarse los pies. El niño obedeció y entró feliz al agua.
Entonces, Ezequiel lo tomó con fuerza y le hundió la cabeza en el agua. Observó con calma cómo David luchaba por respirar, cómo se debilitaba lentamente... hasta que dejó de moverse.
Al ver el cuerpo sin vida flotando en el agua, Ezequiel sintió una euforia incontrolable. Pero sabía que debía irse antes de que la señora Lanela regresara. Se marchó pensando: "He hecho un acto noble. No permitiré que un alma pura sufra en este mundo corrupto."
Cuando la señora Lanela salió de la casa y no vio a David, corrió hacia el estanque guiada por su instinto, donde hizo el macabro descubrimiento.
En Shadowbrook, la tragedia de la señora Lanela sacudió al pueblo. Más aún cuando el oficial local, Herman Bennettel, aseguró que la muerte no había sido accidental. Alguien había ahogado al niño, y se habían encontrado huellas en la orilla del estanque.
Nadie podía comprender cómo alguien podía asesinar a David, un niño tan inocente. El pueblo entero permanecía en alerta.
La familia Corvus se hizo cargo de los gastos fúnebres. Casi todo el pueblo asistió al funeral para acompañar a la desconsolada señora Lanela. Ezequiel, al ser el tutor de David y su supuesto amigo, tuvo que fingir pesar. Aunque, en su mente, había realizado un acto noble: liberar a un alma pura de un mundo que no la comprendía.
El oficial Bennettel se acercó a Ezequiel para darle el pésame, pero notó algo inquietante: el joven parecía tranquilo, incluso satisfecho, como si todo lo ocurrido no tuviera importancia para él.
Pasó un mes sin avances en la investigación. Ni siquiera la recompensa ofrecida por el señor Corvus atrajo pistas. Parecía que el asesino era un fantasma que apareció solo para arrebatar la vida de David.
Pero para Ezequiel, ese mes fue una tortura. Deseaba revivir la sensación de ver cómo se apagaba la vida de un cuerpo. Intentaba alejar esos pensamientos, pero cada vez se le hacía más difícil. Fantaseaba con verlo de nuevo: la sangre, la muerte... todo el espectáculo.
Encontró su próxima víctima: la señora Hart, una anciana que vivía en las afueras del pueblo con su hija, Theresa Hart, quien era maestra de la escuela local. Una tarde, mientras Theresa estaba fuera, la señora Hart preparaba el almuerzo.
Oyó que se abría la puerta. Pensó que era su hija y no se alarmó. Mientras cocinaba, preguntó cómo había estado su día. No hubo respuesta alguna. Repitió la pregunta, y esas fueron sus últimas palabras.
De forma silenciosa, Ezequiel se acercó por detrás y le cortó la garganta con una navaja. La señora Hart intentó pedir ayuda, pero el corte y la sangre lo impidieron. Mientras se desangraba, Ezequiel la observó fascinado, disfrutando cada instante.
Theresa Hart encontró el cuerpo de su madre al mediodía, tendido en un charco de sangre.
Durante seis meses, el terror se apoderó de Shadowbrook. Ya se contaban seis muertes, una por mes, cinco de ellas con el mismo patrón: un corte en la garganta. La prensa y el pueblo comenzaron a llamar al asesino The Red Silence.
Las víctimas eran similares: personas solas, con alguna discapacidad física o mental. La radio recomendaba cerrar puertas y ventanas, no salir de noche y reportar cualquier comportamiento sospechoso.
Los Corvus rogaban a Ezequiel que tuviera cuidado cuando regresara de la biblioteca o de actividades en la iglesia. La última víctima había sido una joven con dificultad visual, asesinada mientras esperaba el autobús tras una reunión.
Pero a Ezequiel no le preocupaba. Él era The Red Silence y sentía orgullo de ello. Sin embargo, las cosas se complicaron. La policía patrullaba constantemente, y los vecinos organizaban traslados seguros para ancianos o personas vulnerables.
Ya habían pasado ocho semanas sin un nuevo asesinato. Eso trajo algo de alivio al pueblo, pero no respuestas. Las autoridades solo sabían que el asesino era un hombre, por las huellas en el estanque. Alguien de confianza, que no levantara sospechas.
Para el oficial Bennettel, el nombre de Ezequiel Corvus no dejaba de resonar. Lo inquietaba su frialdad en el funeral, y que muchas de las víctimas frecuentaban los mismos lugares que él. Además, siempre estaba solo, como si estuviera al asecho.
Ezequiel llevaba ya diez semanas sin matar, y la necesidad lo consumía. Sin plan alguno, salió en busca de una víctima. Fue al parque, pero estaba vigilado por la policía. Vio una joven que salía de una tienda y caminaba hacia una zona solitaria. La siguió.
La joven entró a su casa. Ezequiel esperó un momento y se dirigió a la parte trasera. Observó desde una ventana que ella estaba en la cocina, aparentemente sola. No parecía tener ninguna discapacidad, lo cual le incomodaba… pero no importaba.
Con sigilo, Ezequiel se acercó a la puerta de la cocina. La joven se había alejado un momento. Él comprobó que la puerta no tuviera el seguro… y no lo tenía.
El corazón de Ezequiel latía con fuerza. El simple deseo de matar lo embriagaba. Al ver que la joven regresaba a la cocina, no pudo contenerse. Abrió la puerta de golpe. La joven gritó y corrió hacia la sala.
Ezequiel avanzó tras ella… pero varios disparos lo detuvieron.
No se había percatado de que la joven no estaba sola. Su amigo, Steven Dragunov, un exmilitar, estaba de visita. Sin dudar, disparó varias veces contra Ezequiel al verlo irrumpir con navaja en mano.
Cuando el oficial Bennettel llegó, Dragunov fumaba tranquilo. Antes de que el oficial hablara, dijo:
—Sí, yo le disparé al hijo de perra. Y tuvo suerte de que esta no fuera mi casa.
Ezequiel aún respiraba, pero con gran dificultad. Bennettel se arrodilló junto a él.
—Los paramédicos están por llegar —le dijo.
Ezequiel, con su último aliento, murmuró:
—Siempre creí que el mayor placer era ver cómo alguien perdía la vida. Pero… sentir tu propia sangre… y cómo se apaga tu vida… es glorioso… indescriptible… sin comparación…
Fueron sus últimas palabras.
El funeral de Ezequiel fue privado. Solo su familia asistió. Un par de meses después, los señores Corvus abandonaron Shadowbrook para siempre.
Pero la leyenda de The Red Silence permanece. Se dice que, si estás fuera de casa pasada la medianoche, él te cazará… y no se detendrá hasta verte muerto.
Aunque, como decía el abuelo de Ezequiel:
"Siempre hay un Corvus en Shadowbrook."
Espero que esta historia haya sido de su agrado y no olviden cerrar bien puertas y ventanas antes de dormir.
¡Bravo! Me encanta el aire clásico del relato, ese giro tan bien contado y la evolución de Ezequiel a partir de ahí. Y ese final... Genial, de verdad.
¡Qué giro tan oscuro y bien contado! 🕵️♀️
Al principio, esa familia Corvus tan perfecta y querida... ¡te la crees! Y luego, el pequeño Ezequiel, tan "bueno" pero con esa curiosidad tan creepy por la anatomía y la muerte. 📚🔪