¿Y si la bruja del pueblo solo era una mujer cansada, excéntrica y de regreso del trabajo?
En un pequeño pueblo donde el chisme era deporte nacional y lo lógico era sospechoso, una figura misteriosa comienza a caminar por las noches. Tacones en la oscuridad, sombras en la periferia, y un pueblo convencido de que ha sido visitado por lo sobrenatural. Pero la verdad —como siempre— es más absurda, triste y humana de lo que cualquiera se imagina.
Este pequeño relato se desarrolla en una época casi olvidada por el tiempo, donde todo se justificaba con lo irracional.
Sí, hablo de los años noventa.
Y así empieza:
Érase una vez, en un lindo pueblito ubicado en una zona rural, con casitas viejas y pequeñitas, donde vivían personas un poco ociosas, algo deshonestas, inclinadas a creer en todo lo que fuera irracional. Rechazaban lo basado en la lógica y el conocimiento.
El pueblo tenía una pequeña escuela, una tienda —donde era común ver la lista de sus deudores—, una cantina donde los hombres no tenían deudas, y un prostíbulo donde entraba un niño y salía un hombre… o uno más con alguna enfermedad que le recordaría que ya lo era.
Una de las curiosidades del pueblo era la ubicación de la iglesia y el prostíbulo: uno frente al otro. No sé si fue casualidad o estrategia para atraer clientela, pero sus administradores eran buenos clientes el uno del otro.
La fauna local era pintoresca: borrachitos durmiendo por las calles, jóvenes que amaban tanto la escuela que llevaban años en ella, mujeres con faldas cortas de dudosa honestidad, y mujeres con faldas largas que se camuflaban para evitar ser juzgadas como las otras.
Hombres muy viriles, con camisas abiertas y pechos peludos... hasta que el alcohol los hacía abrazar otro tipo de amor.
Curiosamente, había equipo de fútbol, pero no cancha. El equipo estaba compuesto por esos mismos jóvenes que soñaban con ser ricos y famosos, sin trabajar por ello.
De las actividades más populares: el chisme y, por supuesto, inventar uno nuevo. También ver peleas callejeras y luego exagerarlas hasta hacer que el mismo Bruce Lee palideciera.
Una de esas peleas fue tan épica que aún los viejos la recuerdan. No fue entre borrachines, sino entre las damas que trabajaban en el prostíbulo.
Dicen que fue tan monumental, que el cura suspendió la misa para ir a verla —seguro para bendecir a su favorita—, y lo acompañó parte de su congregación.
El chofer del autobús abandonó su ruta. El dueño de la tienda dejó a los clientes... y el dinero.
Dicen que fue por un cliente. Las damas salieron casi vestidas y terminaron completamente desnudas, para deleite del público.
Pero lo que quedó grabado en la memoria colectiva fue cuando una de ellas quedó completamente al desnudo y su generoso par de senos se llevó la ovación del día.
También corría el rumor de adolescentes que nadaban desnudos en un río cercano, o parejas teniendo encuentros en las zonas verdes, “colaborando” con el crecimiento poblacional.
Todo era paz y desorden, hasta que un evento rompió esa extraña tranquilidad.
La alerta la dio un grupo de hombres que regresaban del trabajo alrededor de las once de la noche.
Decían que escucharon el sonido de alguien caminando con tacones detrás de ellos. Miraban, pero no veían a nadie. El sonido se hacía más fuerte.
Asustados, comenzaron a caminar más rápido, y el sonido los seguía. Luego corrieron… y eso también corrió detrás de ellos.
No dijeron que no había alumbrado público en ese tramo.
Después, dos borrachitos también la encontraron en una noche cualquiera. No solo escucharon los tacones, también vieron una figura encorvada, pequeña, caminando con pasos cortos.
¿Quién creería lo que ve un borrachito en la oscuridad?
El último en verla fue un taxista. Dijo que la luz de su auto la iluminó: parecía una anciana pequeña, con el rostro blanco, pero sin ojos visibles. Al pasar junto a ella, levantó las manos en señal amenazante.
Muchos más la vieron. Las descripciones coincidían. Hasta que un sabio del pueblo, experto en lo agropecuario, dijo con seguridad:
—¡Es una bruja!
Y como si fuera lo más lógico del mundo, todos lo creyeron.
Se dijo que no podía entrar al pueblo por las oraciones de los devotos. Que solo podía hacerlo si alguien la invitaba. Que controlaba gatos. Que se teletransportaba.
Pero nunca dentro del pueblo. El cura lo había bendecido.
Un grupo de valientes se organizó para capturarla. Con la bendición del padre (y bastante alcohol encima), fueron a buscarla.
Se escondieron cerca del camino donde ella solía aparecer. Horas después, el silencio fue roto por el ya conocido sonido de los tacones.
Saltaron sobre ella, la cubrieron con mantas benditas, la rociaron con agua bendita, y la debilitaron con oraciones.
La figura habló:
—¡Malditos! ¡Soy una persona! ¡Soy una mujer!
Y un poco de racionalidad iluminó la escena.
Era una mujer madura, empleada de limpieza, que regresaba tarde del trabajo. Se vestía completamente de negro, con gafas oscuras, maquillaje blanco, labios rojos y un pañuelo en la cabeza.
Usaba tacones porque le gustaban.
Y todo ese atuendo lo usaba para disuadir a posibles asaltantes.
Cuando veía personas en el camino, intentaba acercarse para sentirse más segura.
Si ellos corrían, ella también —por si acaso—.
No vivía dentro del pueblo, sino justo en la entrada.
Y así fue como un grupo de valientes atrapó a una mujer… creyéndola bruja.
Pero, aunque no lo crean, muchos en el pueblo aún tienen sus dudas sobre ella.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?
Jajaja, me encantó este relato 🤭 Yo siempre voy de negro también, Será que soy una bruja? 👀🖤😂